Fiebre amarilla, tosferina y tuberculosis, tres alertas en la región de las Américas

La desconfianza en las vacunas es una barrera que ha existido desde el inicio de estas preparaciones, que entran ya a su tercer siglo.

 En la mayoría de los casos, la vacunación no previene la enfermedad, sino la gravedad y la hospitalización.  

La desconfianza en las vacunas es una barrera que ha existido desde el inicio de estas preparaciones, que entran ya a su tercer siglo.

Como explica la médica venezolana Tamara Rosales, infectóloga pediátrica y gerenta médica de vacunas GSK: “Si nos vamos al siglo XIX, el primer acto de vacunación se hizo con un líquido que se extrajo de una lesión de una vaca”. Esto para inmunizar contra el virus de la viruela humana usando el virus de la viruela vacuna; de allí el origen de la palabra. “En ese escenario, ya se pensaba que (los vacunados) se iban a convertir en vacas”.

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Pero la ‘infodemia’ de las redes sociales ha expandido el problema. “Hay un desbalance entre la llegada a la audiencia (visibilidad) que tienen las sociedades científicas, los ministerios, los pediatras y el personal de salud que el que tiene una celebridad o un influencer”. Reflexiona en que a la comunidad científica le hacen falta voceros con esa exposición.

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Después de la pandemia, observa Rosales, se despertó una curiosidad general por las vacunas. Y otra de las lecciones, añade, es que en este periodo el foco estaba en la llegada de la vacuna contra el COVID-19. “¿Quiénes más sensibles para hablar de esto que los habitantes de Guayaquil?”, pregunta la médica, quien pasó esa etapa en Ecuador, pues vivió y trabajó durante ocho años en Quito, en el hospital pediátrico Baca Ortiz y fue docente de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE).

“Vivimos el no tener una estrategia de prevención; llegaron las vacunas y bajaron las cifras. ¿Qué mejor claridad del impacto y de la importancia de tener estas medidas de prevención? Otro gran punto, y uno de los elementos más difíciles es que las nuevas generaciones no han visto un caso de sarampión, de difteria, pacientes con secuelas de polio o tétanos y otras enfermedades que casi pasan a ser parte de los museos”.Considera que ante su ausencia, se les perdió el temor. La generación de relevo, los jóvenes padres, tiene dudas. “Y ojo, esos padres que están decidiendo no vacunar a sus hijos sí recibieron su esquema de inmunización”, recalca.

Ahora mismo hay alerta sanitaria en toda la región por la tosferina, una enfermedad bacteriana respiratoria cuya vacuna es parte del esquema de vacunación infantil desde la década de 1970. “Entonces y en los 80, esta enfermedad afectaba principalmente a los niños de 2 a 5 años”, y por eso la vacuna se ponía en los primeros meses de vida.

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Pero la enfermedad cambió su curso y empezó a atacar más temprano, a los recién nacidos y a los lactantes tiernos, hasta los 4 meses, y de una manera más agresiva, llevándolos al paro respiratorio. Ahora, además de esas vacunas y sus refuerzos a los 18 meses y varios años después, se la recomienda cada diez años, a los adolescentes al graduarse del colegio y, la estrategia pendiente en Ecuador, a las embarazadas, para que hereden los anticuerpos a los bebés por nacer.

Sin embargo, hay enfermedades que van a ser muy difíciles de dejar atrás, como la fiebre amarilla, que no solo les da a los humanos sino a algunas especies de simios en la Amazonía. “Este virus va a seguir circulando, en un ciclo selvático que pasa a ser urbano a través de un mosquito”. Este paso puede ocurrir en cualquier momento, y con el calentamiento global la distribución de los mosquitos se ha hecho más amplia, y también la de la enfermedad.

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“Si no estamos adecuadamente vacunados en la región urbana, con coberturas por arriba del 90 % de la población, tenemos el riesgo de desarrollar la enfermedad. Y como casi todas las enfermedades virales, la fiebre amarilla no tiene tratamiento. Hay que esperar que el cuerpo responda y darle tratamiento de sostén; controlar el sangrado, controlar la fiebre, hidratarlo. La evolución no es tan positiva ni tan rápida”.

El otro punto que preocupa en Ecuador es la tuberculosis, que es bacteriana. “La vacuna se coloca al recién nacido, es para evitar las formas graves de la tuberculosis, en que la bacteria, en lugar de quedarse en el pulmón, va al cerebro (tuberculosis meníngea) o se haga una enfermedad diseminada a otros órganos (tuberculosis miliar)”. Esta forma de la enfermedad es mucho más frecuente en los niños.

La forma pulmonar, en cambio, ataca a los adultos, y la causa está en un mayor número de personas inmunosuprimidas, es decir, pacientes con VIH que no han sido diagnosticados o no siguen el tratamiento; pacientes en quimioterapia, sujetos de trasplante o con problemas inmunitarios. Más aún cuando están en condiciones de hacinamiento, desnutrición y poca ventilación.

El tratamiento es largo, es difícil para la persona completarlo por su cuenta, pero si no lo logra, la bacteria se hará resistente, y el siguiente paso será la hospitalización, y ya no será suficiente con un tratamiento oral. Por eso, los centros de salud en Ecuador exigen que los pacientes vayan todos los días a recibir la dosis, para verificar que se atengan.

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El doctor Daniel Salas, gerente ejecutivo del Programa Especial de Inmunización Integral de la OPS, toca otro punto sensible, la inmunización contra la fiebre amarilla, que puede lograr más del 95 % de la protección si se aplica de forma adecuada, pero requiere un riguroso control de los esquemas de vacunación en zonas de riesgo.

  • En adultos, las vacunas no sirven para evitar el contagio, sino para prevenir casos graves y hospitalizaciones.
  • Los adultos mayores y las personas con presión arterial alta, con enfermedades crónicas, son muy susceptibles.
  • Tal como el COVID-19 y la influenza, la fiebre amarilla seguirá entre nosotros; aquí el objetivo no es la eliminación, sino evitar la enfermedad grave y la hospitalización.

“Es un buen momento para que los países consoliden los sistemas de vigilancia, nacimiento y vacunación, para poder detectar a las personas no vacunadas”. Los registros electrónicos pueden ligarse con las redes de mensajería para hacer detección de no vacunados, sugiere Salas, y se pueden planificar mejores estrategias a través de la geolocalización.

El médico costarricense, exministro de Salud, mira las acciones de los movimientos antivacunas como “rumores desafortunados”. “Por ejemplo, dicen que algunas vacunas pueden cambiar el ADN y modificar el cerebro. Es importante que las autoridades de salud puedan traducir toda la información científica, la gente tiene que recibir la información en una forma totalmente transparente a través de fuentes confiables. Hay que trabajar con las personas (líderes) de las comunidades para que ayuden también a educar acerca de la vacunación”.

(I)

 El Universo

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